“Tras la muerte, el corazón adopta la forma de una pirámide”
Barnes
El acontecimiento es aquello que, según Deleuze (siguiendo a Nietzsche) llama a “lo intempestivo, lo inactual, este devenir que se bifurca con respecto a la historia, ese diagnóstico que toma el relevo del análisis por otras vías. No, no se trata de predecir sino de estar atentos a lo desconocido que llama a nuestra puerta.” [1]
Eros es el acontecimiento por excelencia, el que (casi) todos los humanos experimentamos a través del enamoramiento: Llega de improviso, no es previsible ni planificable, irrumpe en nuestras vidas para modificar radicalmente nuestros rumbos y expectativas sociales, no conoce clases, ni estatus, ni jerarquías; desordena, en suma, lo ordenado hasta el momento de su irrupción.
Pero para nuestras organizaciones e instituciones (sociales, empresariales, políticas, religiosas, familiares…) el orden es sagrado; sin él, colapsarían. Por ello, desde la toma del poder por el cristianismo (no fue así en sus orígenes), Eros ha sido siempre el enemigo a batir. Y su victoria provisional la expresa Burrell de la siguiente manera: “Es únicamente cuando el corazón pierde su capacidad para la vida y el amor, cuando cuaja la existencia de la pirámide. Solamente cuando se extinguen finalmente la vida y el amor, se solidifica la jerarquía en su estado definitivo.” [2]
Pero es Bataille quien va a declarar la eternidad del Eros: “Podemos decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte.” [3]
El secuestro del Eros
No deja de ser curioso que, en los principios de la cultura en la antigua Grecia, Eros procediera del Caos. En el “Banquete” de Platón, Fedro dice: “Así, Hesíodo afirma que en primer lugar existió el Caos y luego la Tierra de amplio seno, sede siempre segura de todos, y Eros.”
En la antigua Grecia, Eros es objeto de culto y celebración, de elaboraciones filosóficas que han llegado hasta nuestros días, de un reconocimiento de su potencia vital. Va a ser con el triunfo de la Iglesia Cristiana cuando Eros trata de ser confinado a la alcoba matrimonial, que, posteriormente, será conducida al Sacramento del Matrimonio. El sexo se convierte en pecado, en algo reprobable salvo que se centre en la reproducción dentro del matrimonio.
No obstante, Eros va a escapar por múltiples vías de este encierro, incluyendo prácticas heréticas en el seno de la misma Iglesia (como los goliardos, por ejemplo). Foucault califica a ese tiempo de “luminoso”:
“A ese tiempo luminoso habría seguido un rápido crepúsculo hasta llegar a las noches monótonas de la burguesía victoriana. Entonces, la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda de lugar. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo se establece el silencio.” Y más adelante: “[…] si el sexo es reprimido con tanto rigor, se debe a que es incompatible con una dedicación general e intensiva al trabajo; en la época en que se explotaba sistemáticamente la fuerza de trabajo, ¿se podía tolerar que fuera a dispersarse en los placeres, salvo aquellos reducidos a un mínimo, que le permitiesen reproducirse?” [4]
Así, pues, con el ascenso de la sociedad capitalista, el sexo “lícito” es encerrado en la alcoba reproductora, mientras el “ilícito” se extiende al burdel y al manicomio. El sexo se patologiza en el diván del psicoanalista y el confesionario. Como dice Marina, “Es tremendo que el nombre con que designamos la ciencia de las enfermedades –patología– signifique en realidad `ciencia de los afectos`, pues esto es lo que significa pathos en griego.” [5]
La agonía del Eros
La transición del capitalismo industrial al capitalismo financiero trae consigo un cambio paulatino en las políticas sobre el cuerpo del productor: la fuerza física ya no es el elemento fundamental del trabajo, en cierto modo la fábrica se diluye; para continuar el proceso de acumulación el capitalismo necesita poner a producir la vida misma. Es lo que Byung-Chul Han ha denominado el paso de la biopolítica a la psicopolítica [6]. Y, para ello, debe transitar del dominio del mecanismo al dominio de la subjetividad. [7]
Burrell, en su obra citada “La organización del placer”, se refiere a “las tres caras” del placer en el conflicto entre erotismo y organización: La primera es la que compete a la administración de las organizaciones empresariales, “donde es visto como una reserva de energía potencial que ha de canalizarse, modelarse y ponerse al servicio de los objetivos corporativos.”; la segunda se refiere a la construcción de líneas de fuga, un poco al estilo del “preferiría no hacerlo” de Bartleby, el escribiente; y la tercera al erotismo como resistencia y subversión frente al orden instituido, al conflicto entre el principio de placer y el principio de realidad (como Marcuse, en “Eros y Civilización”). En este artículo vamos a centrarnos en la primera “cara”.
A principios de los ochenta del pasado siglo, Peters y Waterman publican su famoso best seller “En busca de la excelencia” en el que analizan la gestión corporativa de un amplio grupo de (grandes) empresas, fundamentalmente de matriz norteamericana. Las conclusiones que van a extraer significan una convulsión en las corrientes dominantes del management occidental: básicamente creen encontrar un rasgo común y distintivo en aquellas culturas corporativas (las “excelentes”) que tienen la habilidad de modelar la subjetividad de sus empleados y cuadros para encajarla en los fines y objetivos de la empresa, poniéndola “en valor” a través de la observancia cuasi religiosa de los valores corporativos. Como recompensa, el empleado va a “sentirse” valioso para un fin que, siendo el de la firma, ha abrazado con fervor, convirtiéndose a sí mismo en un líder, en un héroe; ello le llevará a entregarse en cuerpo y alma a los objetivos de la Corporación porque se siente parte de ella.
Este “descubrimiento” de la subjetividad como potencia productiva va a coincidir, ser parte, y contribuir al triunfo del llamado neoliberalismo, de forma que la sociedad y la política van a ir modelando la vida para ponerla a producir y consumir al servicio del sistema de acumulación capitalista; todo debe ser mercancía, transparente, observable, tocable… para adquirir valor (de cambio). Y, por supuesto, los empleados deben estar “satisfechos” con lo que les ordenan hacer (no con lo que quisieran hacer [8]) y los consumidores con lo que les invitan a consumir. Las encuestas periódicas de las empresas que practican la Calidad Total sobre “satisfacción” de empleados y clientes son una pequeña muestra de ello.
Pero Eros permanece; la potencia del deseo como instinto de vida es consustancial al ser humano, a su naturaleza, y no puede ser erradicado. Puede ser negado, secuestrado, encerrado, desviado… pero sigue actuando. Orwell, en “1984”, coloca en boca de Julia las siguientes palabras: “cuando haces el amor gastas energías y después te sientes feliz y no te importa nada. No pueden soportar que te sientas así. Quieren que estés a punto de estallar de energía todo el tiempo. Todas esas marchas arriba y abajo vitoreando y agitando banderas no es más que sexo agriado.”
Eros se manifiesta como una potencia subversiva, como un desorden: No entiende de mandatos ni de leyes. Marcuse, refiriéndose a Jesús de Nazaret, lo va a expresar así: “El mensaje del Hijo era un mensaje de liberación: el derrocamiento de la Ley (que es dominación) por Ágape (que es Eros). Esto cabría dentro de la imagen herética de Jesús como el Redentor de la carne, el Mesías que vino a salvar al hombre aquí en la tierra.” [9]
La sociedad colonizada por el capitalismo financiero necesita la energía del deseo para valorizarlo, pero necesita, a su vez, desactivar su potencia subversiva, su negación de la Ley. Dice Han: “El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento, es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros.” [10] Para ello va a desarrollar, fundamentalmente, dos políticas: La banalización de la sexualidad convirtiéndola en “mercancía”, y el culto a Narciso como dios sustitutivo de Eros.
Banalización de la sexualidad
Eros es energía deseante: Busca lo que no está, la ausencia, descubrir al otro en su alteridad; escruta en lo oculto, lo secreto, lo prohibido. Por el contrario, la sociedad neoliberal constituye todo en mercancía (lo que en su jerga se denomina “poner en valor”) expuesta a la vista, transparente. Como en el mercado de esclavos, los cuerpos deben exponerse para que el comprador pueda ponderar si el precio a pagar corresponde al valor que va a recibir. Y en el mercado de hombres y mujeres todo tiene su equivalencia, su comparación en valor: vales lo que están dispuestos a pagar por ti: El otro no existe, no hay alteridad, sólo equivalencias. El mercado de seres tiene una expresión descarnada en la prostitución y la pornografía. Dice Han: “Las imágenes porno muestran la mera vida expuesta. El porno es la antípoda del Eros. Aniquila la sexualidad misma. Bajo este aspecto es incluso más eficaz que la moral […]. Lo obsceno en el porno no consiste en un exceso de sexo, sino en que allí no hay sexo.” [11]
El correlato de la mercantilización de la vida viene dado por la instantaneidad: Se nos impulsa a gozar inmediatamente de aquello que queremos, sin demoras, siempre que podamos, claro está, pagar su precio (o endeudarnos para hacerlo). Y al tiempo, se nos ordena que estemos siempre en venta, siempre expuestos, las veinticuatro horas del día: nunca se sabe cuándo va a aparecer algún comprador. Son muy frecuentes en Internet las frasecillas tipo “¡goza de tu instante!” o las estúpidas afirmaciones de que sólo tienes presente, de que pasado y futuro son “ilusiones”. El “¡gozad, gozad, malditos!” se convierte en el lema de la sociedad del mercado.
Dice Han refiriéndose a Levinas: “La ética del Eros de Levinas puede reformularse, además, como una resistencia contra la cosificación económica del otro. La alteridad no es ninguna diferencia que pueda consumirse. El capitalismo elimina por doquier la alteridad para someterlo todo al consumo. El Eros es, asimismo, una relación asimétrica con el otro. Y de esta forma interrumpe la relación de cambio. Sobre la alteridad no se puede llevar la contabilidad, ya que no aparece en el balance de haber y deber.” [12]
Lo instantáneo es enemigo de Eros. El deseo de lo que está por venir, de lo que no está todavía, implica la espera, la demora como carga de energía libidinal. Eros se alimenta de la memoria del pasado, constantemente recreada, para proyectarla hacia lo que está por llegar. Irrumpe en el concepto de tiempo y lo hace con el acontecimiento.
Volvamos al acontecimiento por excelencia, el enamoramiento: Como ha sido reflejado en las distintas artes, una mirada, un gesto, un signo… abren un espacio nuevo, ignoto, para ser explorado por dos. Y se constituye en una declaración, “¡Te quiero!”, que apela a la eternidad. Como dice Badiou, “Porque, en el fondo, esto es el amor: una declaración de eternidad que debe realizarse o desplegarse como pueda a lo largo del tiempo. Un descenso de la eternidad en el tiempo. Por esta razón constituye un sentimiento tan intenso.” [13]
Pero esta banalización del sexo no es suficiente para la acumulación capitalista: la energía libidinal tiene que ser valorizada, puesta a trabajar, a producir “valor” en un contexto socioeconómico donde, precisamente, el trabajo “tradicional”, el trabajo del primer “espíritu del capitalismo”, ha sido banalizado, empobrecido, enviado a la marginalidad. Es necesario, pues, “inventar” una nueva figura del trabajador (y del ciudadano). La vía es el narcisismo.
Narciso
Narciso sólo se ve a sí mismo, no puede ver al otro. No existe alteridad, sólo ensimismamiento. Según la leyenda, Narciso muere ahogado, literalmente, en su propia imagen.
La sociedad neoliberal necesita poner en valor (de cambio) la propia vida promoviendo la competitividad en todos los aspectos. Tu “oferta de valor” debe ser superior a la del otro, de cualquier otro, para que tu cotización vaya al alza. El otro es tu competidor, real o potencial. El amor es una peligrosa debilidad. Y, para ello, realiza continuos llamamientos al narcisismo (sin citarlo, claro) como la forma de realización del trabajador y del sujeto.
Pues, ¿qué otra cosa es el discurso dominante, prácticamente el único, del neomanagement? Pone todo el acento en lo individual, si bien siempre referido a líderes y directivos, en el “hágase a sí mismo”, emprenda, cree su “marca personal”, conviértase en un héroe (de los negocios) y similares eslóganes. Para ello se despliega un enorme negocio de libros de autoayuda, seminarios de inteligencia emocional, sesiones de coaching, talleres de constelaciones organizacionales, cursos de liderazgo… En palabras de Byung-Chul Han:
“La psicopolítica neoliberal encuentra siempre formas más refinadas de explotación. Numerosos seminarios y talleres de management personal e inteligencia emocional, así como jornadas de coaching empresarial y liderazgo prometen una optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite. Todos están controlados por la técnica de dominación neoliberal, cuyo fin no solo es explotar el tiempo de trabajo, sino también a toda la persona, la atención total, incluso la vida misma. Descubre al hombre y lo convierte en objeto de explotación.” [14]
Narciso, pues, como antídoto de Eros. La energía libidinal puesta a trabajar al servicio de la marca personal. Todo en orden, todo bajo control. El desorden del Eros conjurado. Sólo que, como muestra la premonitoria “Un mundo feliz”, de Huxley, Eros puede ser reprimido, la sexualidad banalizada, el poder sobre cuerpos y mentes absolutizado… ¡pero Eros siempre regresa!
Así, para cerrar, una inquietante afirmación de Han: “En el infierno de lo igual, la llegada del otro atópico puede asumir una forma apocalíptica. Formulado de otro modo: hoy sólo un apocalipsis puede liberarnos, es más, redimirnos, del infierno de lo igual hacia el otro.” [15]
[1] Citado en J. L. Pardo “El cuerpo sin órganos. Presentación de Gilles Deleuze” PRETEXTOS (2011)
[2] G. Burrell “La organización del placer” en C. J. Fernández Rodríguez “Vigilar y Organizar” SIGLO XXI (2007)
[3] G. Bataille “El erotismo” Tusquets (2002)
[4] M. Foucault “Historia de la sexualidad. 1.La voluntad de saber” SIGLO XXI (2009)
[5] J. A. Marina. “El laberinto sentimental” Anagrama (1996).
[6] Byung-Chul Han “Psicopolítica” Herder (2014)
[7] A. Vázquez “Estrategias de la imaginación” GRANICA (2008)
[8] En un interesante artículo, Maite Darceles, explicitando la experiencia de Zubietxe narrada por Loli Velasco, trata este tema.
[9] H. Marcuse “Eros y civilización” SEIX BARRAL (1968).
[10] B. C. Han “La agonía del Eros” Herder (2014)
[11] B. C. Han Ibíd.
[12] B. C. Han Ibíd.
[13] A. Badiou “Elogio del amor” La Esfera de los Libros (2011)
[14] Byung-Chul Han “Psicopolítica” Herder (2014)
[15] B. C. Han “La agonía del Eros” Herder (2014)