Introducció
Nuestro amigo Mikel Jaureguibeitia nos ha enviado este artículo que tendremos el placer de incluir en nuestra próxima publicación de hobest.edita
Cuando hablamos de contextos nos referimos al conjunto de circunstancias que rodean o condicionan un hecho o acontecimiento.
Los contextos pueden ser naturales, ligados a la naturaleza, de modo que es la naturaleza quien propone las condiciones que hacen posible las diversas formas de vida que aún podemos ver en nuestro mundo.
Pero en lo que ahora nos atañe, no son esos los contextos a los que haré mención. Los contextos a que me referiré son los contextos creados por los actos de la civilización, eso que comúnmente se asimila a lo que llamamos cultura y que contemplaremos bajo la óptica de la antropología social:
La cultura incluye: bienes materiales, bienes simbólicos (ideas, creencias), instituciones (canales por donde circula el poder: ciencia, escuela, familia, gobierno), costumbres, (hábitos, leyes), y tipo de poder (también parte de la cultura). La cultura no es algo que se tiene, es una producción colectiva y esa producción es un universo de significados transmitidos a través de las generaciones y en constante movimiento.
Posteriormente, los contextos se particularizan en las diversas comunidades de personas y de ahí sus diferencias; no obstante, todos los contextos tienen en común que emanan de la cultura y se contienen en ésta.
Las personas, ya antes de nacer y en nuestro desarrollo, estamos integrados en la cultura y en el contexto que ésta genera: nos incorporamos al contexto. En este sentido, somos parte de él y en él nos constituimos. Nuestras creencias, relaciones, formas de entender la autoridad, amistades, valores,… están vinculados al contexto y tanto da si estamos situados en la ortodoxia o en la heterodoxia: pensamos a través de él.
El contexto, además, está soportado por leyes que lo regulan. Leyes imperativas que, asumidas a través de la socialización, se nos antojan naturales (o no), o por lo menos normales en el sentido en que de tanto repetirse, se han hecho comunes.
El contexto señala no sólo qué se hace, sino cómo se hace. Constituye un sistema.
Así, si en una organización empresarial se contempla el staff de la empresa: director, los cargos de apoyo a dirección, los mandos intermedios y los métodos de control establecidos en lo que hace a quién recibe la información, cómo se transmite, quién dirige y cómo llega el mandato a producción, más todos los largos etc., y, si tales actos están de acuerdo con el contexto, no provocarán ninguna disonancia en las personas por muy torpe que sea el sistema: siempre parecerá correcto y adecuado.
Una de las propiedades del contexto es que se apropia del modo de pensar de las personas. Podemos afirmar que el contexto piensa por las personas y funciona como un automatismo mental: “siempre se hace así”. No contempla que el sistema sea injusto en el reparto de los bienes o en la capacidad de producción, su fortaleza es que anula cualquier cuestionamiento sobre el medio que ha creado, es decir, sobre el contexto.
Otra de las propiedades del contexto es que tiene vocación de “infinito”. Tiende a replicarse como un virus siempre idéntico a sí mismo;… y funciona
Funciona sí, pero siempre que el entorno se mantenga inalterable. Si lo que se modifica es el entorno, el sistema queda obsoleto y se convierte en una rémora, pero aún así, el sistema montado por el contexto intentará mantenerse, pues existe en la conciencia de las personas. Perseverará en su intento de mantenerse contra las personas que viven en ella; no importará que tal contexto anuncie la ruina económica o política de la propia organización.
Para que la participación de las personas en las organizaciones pueda concretarse, debe hacerse un cambio de contexto y cuando digo que debe hacerse, lo que digo es que debe crearse un nuevo contexto. Un nuevo contexto (en donde las personas que aportan su conocimiento, su intención, su idea de valor, el modo de las relaciones interpersonales, el poder repartido en la toma de decisiones, etc.), supone construir un orden en el que las personas puedan participar.
Para que las personas puedan construir otras formas de relación entre las partes de una organización, debe darse una condición previa (que ha de ser necesaria y suficiente).
Esta condición es “autorizarse”. Autorizarse es, que cada persona se autoriza a sí misma a tomar la decisión que desea con aquella realidad con la que se confronta y que, por tanto, le implica.
Así, autorizarse, significa también un cuestionamiento de los liderazgos personales y, en su lugar, significa proponer un liderazgo de las ideas. Pues este “autorizarse” no se asume aceptando una autoridad que llega desde el exterior, se hace desde cada persona y le compete a ella misma. Es individual, es intransferible y es enteramente subjetiva. En una organización, en un grupo, uno se autoriza con otros (o no) y construyen un colectivo de intereses.
En algunas ocasiones, en las presentaciones y en los grupos, surge la cuestión de si es cada persona o si es el colectivo de personas. ¿Cada persona debe cambiar para cambiar su entorno? Creo que es un debate estéril.
Que una persona cambie o no cambie, atañe a la propia persona. Pertenece a su vida privada y ella sabrá cómo, cuándo y por qué quiere hacerlo. Vivir en la creencia de que es cada cuál quien debe cambiar para, posteriormente-luego, cambiar su entorno, es una idea romántica (que tuvo su tiempo) donde se da prioridad a los sentimientos y a la exaltación del Yo. El Yo pertenece al ámbito de lo privado, no al campo de lo colectivo y no deben entrar en conflicto. Es un reto para cada persona saber mantenerlos separados y no mezclarlos en la idea de que el entorno me sostiene como garante de la intimidad de mi Yo y de que mi Yo se refleja, idénticamente, en el entorno.
Estamos hablando de la sociedad civil y del colectivo de intereses. De cómo este colectivo de intereses construye un contexto donde en las organizaciones en las que las personas son protagonistas, crean un orden, caduco como todo, donde cada persona pueda aportar de sí aquello que quiera aportar y, en leal intercambio, recibir aquel reconocimiento justo por su aportación.
Un acuerdo entre un colectivo de personas que constituyan un contexto semejante (el del liderazgo de las ideas), atraerá a quienes quieran compartirlo y generará aquél producto (sea económico o de otro orden) del que todas las personas se sentirán responsables.
Quienes quieran un contexto regulado por liderazgos personalistas, acudirán a otro espacio, donde sin duda encontrarán otra forma de vivir más adecuada a su deseo.
Un contexto concreto puede favorecer las condiciones para el desarrollo de las personas en los ámbitos más diversos: la vida, la empresa, la cultura, el arte, la ciencia, el desarrollo de la participación social. Otro contexto puede prohibirlos y perseguirlos. Sobre esto último no pondré ejemplos; ya existen en la historia actual y antigua en todos los países del mundo.
En esta elección que cada uno hace, crea un lugar simbólico entre los otros. Este es el lugar tópico desde donde las personas construyen (y después constituyen) este nuevo contexto: el que decidan y como decidan. Lo convertirán en ley, y si en verdad se autorizan, modificarán la ley según su necesidad, pues será la que ellas han construido y no la ley del “otro”.
Este contexto propio favorece la aportación de cada uno y de los grupos. La creación de nuevas estructuras ajustadas a la realidad, la aportación de conocimiento de las personas, el reconocimiento personal, la creación de riqueza para compartirla, la corresponsabilidad y,…la posibilidad de equivocarse y de rectificar.
Este es un asunto clave que creo que requiere un trabajo de reflexión y debate de las personas. Ello es así porque cada organización es una y única, por mucho que su objeto (su trabajo, su producto,…) les ponga en competencia con otras organizaciones.
Una nueva forma de construir el vínculo social, una nueva forma de entender el futuro.