El trabajo se ha terminado, nos dicen, se ha fragmentado, precarizado, segmentado, deslocalizado… Y todo esto es cierto, pero no es menos cierto que debemos indagar qué es lo que está ocurriendo para no caer en un determinismo acrítico. ¿Estamos ante el “fin del trabajo” que pronosticó Rifkin? Pues, en parte, sí, en la medida en que se analiza su productividad “formalmente establecida”, y en gran parte no, cuando analizamos su potencial fuera de las variables organizativas que lo constriñen y reducen. Vamos a adentrarnos en este complejo y apasionante campo.
Hay, al menos, dos fenómenos, recursivos entre sí, que explican esta degradación del trabajo, además de su destrucción masiva: La financiarización de la economía y las estructuras de organización del trabajo. Daré una breve pincelada sobre el primero, para centrarme en el segundo.
Financiarización de la economía
Tras los convulsos años setenta y ochenta del pasado siglo, en lo que se ha dado en llamar la crisis del postfordismo y el alumbramiento de la sociedad postindustrial, las políticas neoliberales se impusieron globalmente, generando, no sólo una radical supeditación de la llamada economía real (o economía productiva) al sector financiero/especulativo, sino también una acelerada “privatización” de lo público (educación, sanidad, cultura, ciencia…) para privatizarlo como fuente de ingresos (y beneficios) del capital.
Este dominio de la esfera financiero/especulativa sobre la esfera productiva ha tenido una consecuencia muy relevante: De ser el trabajo la mercancía que ejercía de mediación para generar plusvalor (D-M-D’), el dinero ha pasado a convertirse en la mercancía autorreferencial (D-D’), autoexplicativa, de la generación de plusvalor. Este cortocircuito abstracto, cuya consecuencia más visible es la grave crisis que padecemos, ha reducido el trabajo a la marginalidad en la generación de valor. En efecto, ¿qué interés puede tener un poseedor de capital de invertir en una empresa a largo plazo cuando, con un poco de suerte, puede generar jugosos réditos con un movimiento especulativo a muy corto plazo? Asistimos al declive del empresariado “clásico” a favor de la figura del “rentista”.
Organización del trabajo
La otra gran causa, aunque estrechamente interrelacionada con la anterior, de la destrucción del trabajo es, paradójicamente, la organización del trabajo.
En efecto, el conocimiento se ha convertido en la fuerza tendencialmente masiva de producción, haciendo del trabajo físico parte necesariamente integrada en su despliegue, aunque no predominante. Pero el conocimiento es “General Intellect”, en expresión de Marx; es decir, un capital colectivo, social, acumulado a lo largo de la historia de la Humanidad, que adopta unas u otras formas en sus diferentes aplicaciones productivas. Y es este conocimiento el motor fundamental del formidable crecimiento de la productividad social en el último siglo.
Para realizarse productivamente, igual que para constituirse, el conocimiento exige ciertos tipos de requisitos contextuales:
- Es comunitario, es decir, se despliega y recrea en lo común, en la comunidad.
- Es cooperativo, es decir, sólo en cooperación puede materializarse en el acto productivo.
- Y, obviamente, exige significado a la vez que lo genera. [1]
Hace años (en 2008) escribía: “[…] la era industrial se fundamenta y desarrolla sobre la eliminación del trabajo cognitivo, sobre la reducción masiva del trabajo a lo físico (terminologías como “mano de obra” son significativas en este sentido), sobre el dominio de la cadena de producción en el proceso productivo. Todo atisbo de inteligencia o emoción interrumpen la cadena de producción, como tan magistralmente mostró Charles Chaplin en “Tiempos modernos”. Pero los procesos de automatización e informatización de la producción han conducido, inexorablemente, a que el trabajo, para ser (productivo), sea de tipo cognitivo. [2]
En efecto, la era industrial se caracteriza por formas de organización del trabajo orientadas a su parcialización, reducción a tareas predeterminadas, individualización del contrato laboral y de la realización de la tarea, retribución horaria, etc. De esta forma, empleo y trabajo son utilizados como sinónimos en la era de las grandes corporaciones, confundiendo sus esencias.
Esta forma trabajo, que perdura hasta nuestros días, al desintegrar el trabajo impide la producción del conocimiento, lo castra en su origen. Así, en palabras de Postone [3], “La contradicción estructural del capitalismo […] no es la contradicción entre la distribución (el mercado, la propiedad privada) y la producción, sino la que emerge como contradicción entre las formas existentes de crecimiento y de producción y las que podrían ser si las relaciones sociales ya no estuvieran mediadas de forma cuasi-objetiva por el trabajo y si, por lo tanto, los individuos tuvieran un mayor grado de control sobre la organización y la dirección de la vida social.” Tenemos, así, la infernal ecuación servida: La organización imperante del trabajo (dependiente, alienado, abstracto) lo empobrece constantemente al despojarlo del conocimiento (social, cooperativo, con significado común…) como fuerza productiva, convirtiéndolo en algo residual, con rentabilidades escasas para el capital (y mucho más para la esfera financiera, capaz de obtener enormes réditos en sus propios circuitos y/o recurriendo a la expoliación de la sociedad cuando estos no se producen de la manera deseada). La relación simbiótica entre estos dos vectores nos ha condenado al paro, a la pobreza, a la brutal crisis social, económica, política… que padecemos.
Una salida en falso
Ante esta destrucción del empleo y del trabajo, producida por la confluencia y la inferencia de la financiarización de la sociedad sobre modelos productivos obsoletos (y que, por cierto, no es circunstancial, sino el fruto lógico de la dinámica de acumulación capitalista), los discursos dominantes no han encontrado otra alternativa que proponer el desmantelamiento definitivo del trabajo como actividad social, comunitaria, llamando al trabajador a ser “el manager de sí mismo”, a “emprender”, “a buscarse la vida por uno mismo”, celebrando con todo boato cualquier éxito, grande o pequeño, que se consigue en este intento. Beck [4] lo define así: “Cada hombre tiene que convertirse en el manager de su propio yo” (Schirrmacher). Ya ha pasado el tiempo en el que los empresarios eran empresarios y los trabajadores, trabajadores. Ahora, en el nivel del capitalismo del ego, ha surgido la nueva figura social del “empresario de sí mismo”: es decir, el empresario descarga la coerción de autoexplotación y autoopresión sobre el individuo, que tiene que aceptar con entusiasmo esta situación, porque ese es el hombre enteramente nuevo que ha nacido en el nuevo mundo feliz del trabajo. El empresario de sí mismo acaba siendo el “cubo de la basura” de los problemas irresueltos de todas las instituciones.”
La “trampa” de esta apoteosis del emprendedor no consiste en las llamadas a la iniciativa personal, a la creatividad, a la innovación, que bienvenidas sean, sino en el cinismo que encierra este golpe pendular proponiendo pasar del trabajo dependiente, alienado, abstracto, que con tanta diligencia han aplicado nuestras organizaciones, a un trabajo puramente individual, “hecho a sí mismo”, pero, eso sí, sujeto a los mismos contextos de opresión y explotación que desintegraron a aquél. Es decir, en contraponer como polos opuestos sociedad (como anonimato gregario y dependiente) e individuo (como estrellato individual y libre).
La alternativa debe ir por otro lado. De nuevo, en palabras de Postone [5], “Así pues, superar la oposición antagonista entre individuo y sociedad no supone la subsunción del primero en la segunda. […] Superar esta oposición antagónica requiere superar una estructura concreta del trabajo en la que la “pobreza” del trabajo individual es la presuposición de la riqueza social; requiere una nueva estructura del trabajo en la que la riqueza de la sociedad y la posibilidad “de creación de riqueza” del trabajo para el individuo corran paralelas y no se opongan. Tal estructura se convierte en una posibilidad, en el análisis crítico de Marx, cuando la creciente contradicción del capitalismo da origen a la posibilidad histórica de que las capacidades productivas que se habían constituido de manera alienada pudieran ser reapropiadas y empleadas reflexivamente en la propia esfera de la producción.“
La alternativa, pues, pasa por cuestionar la actual estructura esencialista del trabajo para abrir nuevas vías de formas de producción, cuyas posibilidades ya están dadas en el potencial de nuestras sociedades. Nos adentramos en ello.
Elogio de la cooperación
Las alternativas a la actual situación del trabajo no pasan, en mi opinión, ni por seguir profundizando en su estructura en busca de “soluciones” (más horas de trabajo, menores salarios, derechos laborales “recortados”…) ni por dar por muertas las organizaciones, apelando a la (solitaria) capacidad del individuo para salir adelante como pueda. Ambas son crueles, injustas, insolidarias, y, por si todavía pudiese haber un “peor todavía”, absolutamente ineficaces y contraproducentes. La financiarización de la economía y, por ende, de la sociedad, juega con una abstracción (el dinero y su acumulación sin límite) que tiene consecuencias concretas y letales para la economía productiva, para la satisfacción generalizada de las necesidades de la sociedad (que fue lo que la ciencia económica quiso ser en sus orígenes).
En un artículo citado anteriormente [6], decía: “Por tanto, propongo otra reflexión: En gran medida, la subversión de la dominación capitalista está contenida en el potencial transformador del trabajo cognitivo y de las redes de cooperación que este despliega para su realización tanto en el ámbito de la producción de riqueza como en sus formas de socialización, y no en la modificación parcial de las formas y modos de apropiación del valor monetario que este genera.” Y más adelante: “Así, alcanzo una conclusión, sin duda discutible: La democracia en la producción procederá desde la apropiación por parte de los productores de su trabajo en toda su dimensión (física, cognitiva, relacional, social…) y del apoderamiento (del ejercicio consciente de su poder) sobre ella y sobre sus derivaciones sociales. Las condiciones para esta apropiación y este apoderamiento ya están dadas en la naturaleza del trabajo cognitivo, aunque todavía insertas en la lógica del capital (lo que Virno llama el comunismo del capital), pero es necesario conceptualizarlas, teorizarlas, como una forma esencial de liberación.”
Pero, ¿por qué algo que ha sido consustancial al desarrollo de la Humanidad –y de otras muchas especies- se nos antoja tan difícil de integrar en las dinámicas de nuestras organizaciones? Además de las abrumadoras llamadas a competir unos contra otros, hay otra causa menos explicitada: La cooperación no forma parte del contrato laboral. En efecto, el contrato laboral es individualizado, consistiendo en el salario a recibir por desarrollar unas tareas simples, desestructuradas, parceladas.
Curiosamente (o no tanto) Marx ya había destacado este aspecto hace siglo y medio. Tal como lo expresa Postone [7]: “[…] el capitalista paga a los trabajadores como propietarios individuales de su mercancía, es decir, por sus fuerzas de trabajo independientes, no por su fuerza de trabajo combinada. Por lo tanto, sus capacidades productivas colectivas son desarrolladas como un ‘regalo’ para el capital. Es importante señalar que este ‘regalo’ es la capacidad productiva de la dimensión de valor de uso del trabajo, la cual, como señalamos, es medida en términos del output de riqueza material más que de gasto de tiempo de trabajo abstracto.”
Es decir, la cooperación aumenta la productividad en los sistemas de producción, pero este excedente no viene registrado en la renta salarial, sino que constituye un incremento de la riqueza social que queda absorbido, alienado, en los circuitos de la renta financiera. Recuperar la cooperación de los productores es esencial para constituir otra forma de economía, una forma que se adapte a las necesidades de la sociedad y no a los intereses del capital financiero.
La comunidad
La historia de la Humanidad y de otras muchas especies animales viene constituida por la idea de comunidad. Es en la comunidad donde se desarrollan acciones de producción cooperativas, a la vez que solidaridades, afectos, sentimientos… que nutren su tejido esencial. El capitalismo financiero trata, lógicamente, de destruir toda idea de comunidad, puesto que su valorización se fundamenta en la apropiación incesante de lo común, en la expoliación de lo público (sea sanidad, educación, cultura, innovación, servicios sociales…) para “encajarlo” en su dinámica de dominio y acumulación.
Pero la cooperación sólo puede producirse en la comunidad, en la medida en que ésta presenta rasgos de justicia social, de solidaridad, de respeto hacia las capacidades que cada uno de sus componentes puede aportar y de aportación solidaria a las necesidades de sus miembros. Desgraciadamente, en este entorno marcado por una lógica destructiva, nos puede sonar extraño, pero, vuelvo a insistir, es la forma en la que múltiples especies animales, entre ellas la nuestra, han sobrevivido.
¿Es posible en nuestro entramado empresarial aplicar estos conceptos? Decididamente, sí. He vivido bastantes experiencias en las que he visto y colaborado con este tipo de enfoques y, a pesar de todas las dificultades, he visto cómo progresaban y se enraizaban. Y, por ello, para finalizar, voy a describir los rasgos de una empresa cooperativa y comunitaria que constituye hoy un modelo de atracción en Cataluña y en toda España: Se trata de Mol-Matric [8] :
- “Su intención, declarada desde sus orígenes, es perdurar ofreciendo un trabajo digno y realizador a diferentes generaciones. No se mueven por el afán de lucro individual, de forma que la gran mayoría de los beneficios que obtienen –y son considerables- los invierten de nuevo para mantener una tecnología puntera. Los socios trabajadores donan, literalmente, el 80% del capital que les correspondería a la cooperativa.
- Para sostener este sistema es necesario un fuerte sentido de cooperación: Cooperar en la realización del trabajo a través de equipos autónomos que toman sus propias decisiones, cooperar en las decisiones estratégicas fundamentales a través de procesos muy participativos que desembocan en decisiones asamblearias sin sorpresas, cooperar con clientes, proveedores y competidores, cooperar sin cesar…
- Y es necesario sostenerlo en un sentido de justicia social: El abanico salarial es de uno a tres, todos comparten por igual los momentos buenos y los momentos más difíciles, no hay despidos por causas de coyuntura económica, toda promoción es interna…
- En MOL-MATRIC sólo hay dos personas con estudios superiores. Es un ejemplo de producirse a sí mismos, de un proceso de formación y capacitación interno al que dedican gran cantidad de recursos, generando una comunidad de autodidactas extraordinariamente potente.
- Tienen una masía, adquirida recientemente, en la que realizan actos sociales, lúdicos, de la comunidad de MOL-MATRIC, en los que participan jubilados, trabajadores y familiares, lo que contribuye a crear espacios de relación y cooperación más allá de los propios del trabajo.
- Y mantienen un sistema voluntario, a través del 1% de sus beneficios más las horas extras que los trabajadores quieren aportar al empeño, para apoyo a comunidades en situaciones de marginación (la más destacada, a la Escuela de Castro en Smara, en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf).”
Creo decididamente que en este tipo de conceptos y prácticas alumbra el futuro para nuestras empresas y nuestras sociedades. Podemos ir más allá…
[1] A. Vázquez “Trabajo cognitivo, cooperación, democracia” en “Democracia Económica” (A. Comín y L.Gervasoni coordinadores) ICARIA (2011)
[2] A. Vázquez Op cit
[3] M. Postone. “Repensando a Marx (en un mundo post-marxista)” en B. Lahire y otros, “Lo que el trabajo esconde” Traficantes de Sueños (2005)
[4] U. Beck “El capitalismo del ego engendra monstruos” EL PAIS (25 febrero de 2013)
[5] M. Postone “Tiempo, trabajo y dominación social” Marcial Pons (2006)
[6] A. Vázquez Op cit
[7] M. Postone “Tiempo, trabajo y dominación social” Marcial Pons (2006)
[8] En http://www.hobest.es/como-actuar-en-tiempos-de-crisis-ii-.-de-empleados-a-productores