Introducció
Nuestro amigo Sabin Azua nos envía esta estupenda contribución para el próximo número de hobest.edita que publicaremos en septiembre dedicado íntegro a la educación. Con nuestro profundo agradecimiento
En muchas ocasiones hemos participado en proyectos encaminados a la formulación de estrategias de competitividad, planes de desarrollo industrial o proyectos de mejora de la generación de riqueza en varias zonas del mundo. En la mayoría de las ocasiones se visualiza que la calidad del sistema educativo y de su aplicación práctica es la clave para la diferenciación competitiva de los países y, también, la base para el desarrollo de la justicia y cohesión social.
Como consecuencia de dicha experiencia y por sentido humanista, creo firmemente que debemos poner a las personas en el centro de nuestras decisiones y promover medidas que fomenten la cohesión social. Aun cuando nos enfrentemos a una situación de crisis económica que conlleva la necesidad de realizar ajustes en nuestra forma de vida, debemos preservar e incluso potenciar nuestra apuesta por generar una revolución educativa en nuestro País que contribuya a cimentar las claves del desarrollo humano sostenible.
Creo que esta situación no nos libera del compromiso de construir el futuro bajo nuevos paradigmas y mecanismos de integración social. Si queremos un país competitivo debemos ser capaces de instrumentar la generación de riqueza como el primer escalón de la política social. Pero no la generación de riqueza a cualquier precio, sino sustentada sobre principios éticos, en organizaciones asentadas como Comunidades de Personas y en estrecha relación con elementos de cohesión social.
Una sociedad sin capacidad de generar recursos de forma sostenible a lo largo del tiempo, de insertarse con éxito en el cada vez más complicado y tortuoso entorno competitivo internacional, sin realizar la necesaria aportación de valor en todos los campos sociales, económicos, culturales, etc., está condenada a la caída de sus niveles de vida y a la perpetuación de unas condiciones sociales no excesivamente halagüeñas para la mayoría de su población.
Desde mi punto de vista, con independencia de medidas tendentes a la generación de un entorno favorecedor de la capacidad de competir de nuestras organizaciones concebidas de la manera tradicional, la gran asignatura pendiente que tenemos en nuestra sociedad sigue siendo la EDUCACION. Necesitamos reforzar nuestro sistema educativo para afrontar con éxito los retos de la sociedad que se está abriendo entre nosotros, preparándonos para ganar el futuro.
Cuando se acaba de firmar un pacto en el Congreso de los Diputados entre todas las fuerzas políticas del estado (con la excepción de la actualmente gobernante) para garantizar su rechazo a la reforma educativa y comprometerse a cambiarla cuando cambie la correlación de fuerzas actualmente existente, y desde nuestro País se ataca dicha iniciativa porque, además de atentar contra el autogobierno, no contribuye a mejorar la calidad de la enseñanza, ni la universalización de calidad de la misma; debemos ser conscientes de la necesidad de abordar un proceso diferente, mucho más osado para mejorar la calidad de nuestra Educación, si no queremos perder el tren del futuro.
Creo que no valen más leyes de educación (siendo necesarias) que actúen como panaceas, ni más reformas parciales del itinerario y los desarrollos curriculares. Basta de parcheo acomodado a las exigencias de los ciclos y alternancias políticas, de la presión de los distintos colectivos implicados en el mundo de la educación.
Debemos promover una auténtica revolución de nuestro sistema educativo, desde la edad preescolar hasta la Universidad, generando mecanismos favorecedores de una cultura y una praxis de aprendizaje a lo largo de la vida, que sea el marco de desarrollo de las personas adaptadas a las nuevas realidades del mundo en que vivimos.
Cuando analizamos lo que hacen diferentes países de referencia a nivel global, en la mayoría de los casos resulta evidente que la calidad del sistema educativo se convierte en el principal vector de competitividad. La búsqueda permanente de la excelencia en este campo y la asignación de recursos y estrategias suficientemente largo-placistas y transformadoras, son consustanciales a esta apuesta.
Muchas veces oímos hablar de Finlandia como ejemplo de un sistema educativo de calidad. No ha sido fruto de la casualidad, sino consecuencia de una estrategia de país a largo plazo que tiene continuidad quién quiera que gobierne, basada en un compromiso de todos los estamentos profesionales del País y de las fuerzas políticas y sindicales que trabajan de forma compartida para generar un marco favorecedor del proyecto educativo.
Se apostó de forma rotunda por desarrollar una educación pública gratuita de gran calidad a la que tuviesen acceso todos los ciudadanos del país, se produjo una tremenda transformación de los sistemas de formación y de permanente actualización de conocimientos y competencias del profesorado, se produjo una considerable apuesta por el compromiso ciudadano en torno a la educación, con una profunda revisión de los métodos de enseñanza y de los contenidos pedagógicos adaptándolos a las nuevas técnicas y usos sociales, con una formación centrada en el “ser” y no en el “tener”, balanceando a adquisición de conocimientos clave con el desarrollo de habilidades individuales y sociales que faciliten el desarrollo futuro de las personas, con una monitorización permanente de resultados, etc.
Mi opinión es que este movimiento de transformación revolucionaria de nuestro sistema educativo no puede ser llevado a cabo desde fórmulas tradicionales de gestión pública. Necesitamos provocar un proceso alternativo, con participación de los organismos del gobierno, los partidos políticos, los sindicatos de profesionales, los profesionales, los expertos y miembros de la sociedad civil, que promuevan esta “revolución educativa”, alejada de los calendarios políticos.
Creo sinceramente que necesitamos un movimiento social que trabaje por una transformación en profundidad del sistema educativo que refuerce nuestro modelo de competitividad compatibilizando la generación de riqueza y la cohesión social: debemos formar a nuestros niños y jóvenes en valores sociales y humanos, dotarles de competencias y conocimientos adaptados a las nuevas realidades, formar profesorado de alto nivel (no puede ser que durante años magisterio haya sido una de las carreras menos reconocidas y con menor exigencia formativa) que reciban una adecuada compensación y valoración social, generar métodos didácticos que fomenten la curiosidad intelectual de los alumnos, la exploración sistemática del azar, el rigor crítico, la capacidad de aprender a lo largo de la vida, el trabajo en equipo, el emprendizaje, la creatividad, la diversidad, la integración competitividad/cohesión social, etc.
Creo que la educación es el campo en el que debemos cimentar la competitividad y la cohesión social de nuestro país. Pero también creo que si no damos un giro completo a la forma en que manejamos nuestro sistema educativo, iremos perdiendo nuestra capacidad de diferenciarnos en el entorno competitivo internacional, generando situaciones de crisis social. Como decía Benedetti “aprender a ser, amar y compartir es lo único que da sentido a la vida” . Procuremos generar las condiciones para que este aprendizaje individual y social nos acompañe en nuestro camino.