La emergencia del conocimiento como factor masivo de producción y conformador, por tanto, de nuevos potenciales sociológicos y políticos, anuncia el fin de una era civilizatoria, cruzada por múltiples convulsiones: la guerra permanente, el malestar de la cultura, las crisis económicas fluctuantes y desestabilizantes, la ruptura de la ciudadanía con sus instituciones políticas… y la crisis de la Educación, manifestada a nivel planetario en el llamado “fracaso escolar”en los países opulentos – y en los otros, por la lisa y llana ausencia de educación.
Ante esta situación puede adoptarse un conformismo frustrante –“las cosas son como son y están fuera de mi alcance”– o activar la capacidad creativa de las sociedades y los colectivos para transformar, desde lo local, desde las redes de proximidad, la realidad circundante. Es a esta secuencia de actos creativos a lo que voy a llamar innovación.
Las corrientes principales del management han considerado el acto innovador como algo lejano a la mayoría de los mortales, ligado a élites de poderosos o genios individuales, algo casi esotérico, desactivando en la sociedad la idea de que la innovación –generación de lo nuevo– es un acto social que se reproduce continuamente. Pero este es el enfoque que voy a adoptar, para señalar que el ámbito educativo es –por la propia esencia de su actividad– un campo privilegiado para innovar… ¡siempre que rompa con sus frustrantes rutinas de funcionamiento!
¿Cómo se produce la innovación?
Propongo cinco ideas que pueden guiar el intento innovador en el campo educativo:
- La innovación no es un hecho extraño, especial; en toda sucesión de acontecimientos está contenido el potencial de innovación.
- La innovación y el despliegue constante del conocimiento en la producción del porvenir son el mismo fenómeno. En la medida en que el conocimiento tiene siempre que traspasar fronteras –encontrar líneas de fuga entre la realidad percibida y la realidad deseada– innova, más o menos espectacularmente, de forma continua.
- La innovación tiene que contar siempre con tres factores o condicionantes esenciales: El conocimiento, el poder y la subjetividad. Es decir, no puede manifestarse como un proceso lineal, sino como un proceso complejo sometido, por tanto, a las leyes del caos. Conocimientos débiles, poderes esclerotizados y medidas objetivables no eliminan la innovación, sino que la desvían en formas de resistencia, boicot, o deserción, cuando no de agresión directa al sistema organizacional establecido.
- El deseo es el impulsor fundamental y definitivo de la innovación. Sólo lo que queremos tiene –o adquiere– fuerza, potencia, para transformar el curso de los acontecimientos repetitivos o adversos.
- La innovación se estructura como potencia transformadora a través de un complejo sistema de coaliciones y redes que escapan al control de los poderes establecidos. No es posible ordenar la innovación.
Innovar la Educación
Todos sentimos la necesidad de innovar el hecho educativo; el problema radica en que parece que este hecho innovativo lo seguimos “delegando” a instancias superiores, ajenas a nosotros: a expertos a los que no conocemos, a las “autoridades” que son parte del poder “es-clerotizado” y muchas veces “esclerotizador”… Innovar significa aceptar que la potencia está en nuestras manos y desear activarla.
Innovamos desde lo local, desde las conversaciones que entre nosotros mantenemos de forma que en ellas emerge lo nuevo, y desde ahí, a través de las redes relacionales que somos capaces de establecer. En palabras de Deleuze y Guattari (“Mil mesetas”), “El esquizoanálisis o la pragmática no tienen otro sentido: haced rizoma, pero no sabéis con qué podéis hacerlo, que tallo subterráneo hará efectivamente rizoma, o hará devenir, hará población en vuestro desierto. Experimentad. ¡Qué fácil es decirlo! Pero no hay orden lógico preformado de los devenires o de las multiplicidades, hay criterios, y lo importante es que estos criterios no son posteriores, se ejercen sobre la marcha, en el momento, bastan para guiarnos entre los peligros.”
La interacción en el acontecimiento, la subjetividad como capacidad interpretativa, el deseo –aquello que queremos y amamos– como motor de impulsión, todo esto que ocurre todos los días en nuestros centros educativos constituye la capacidad primaria para innovar aquello que hacemos. Si lo entendemos así, llegará el declive de los tótems. Y hago notar que, precisamente en la Formación Profesional, por las características de sus agentes y su proximidad al mundo laboral, esta tarea es, casi, más natural.
Pero este intento debe hacer reflexionar a los responsables del sector educativo y a los directivos de los centros sobre otro concepto: El tiempo. En tanto en cuanto la educación se fundamente en el tiempo como repetición (la misma clase, la misma asignatura, el mismo método, el mismo horario…) la innovación pasa a ser una cosa ajena (alguien la hará en algún lugar ignoto) o marginal (si “sobra” tiempo, pensaremos…).
Ha llegado el momento de situar el tiempo de creación en el corazón del proceso educativo y en consecuencia las conversaciones como impulsión de lo nuevo, de lo deseado. Todo ello debería relegar lo rutinario, lo metodológico, a su lugar: Un instrumento para realizar lo pretendido y no patrón básico del comportamiento, un modesto apoyo cuando necesario y no más una guía básica.
¿Entenderán los responsables del sector educativo y los directivos de los centros educativos que aprender a gestionar (la expresión es equívoca, pero la utilizo por brevedad) las conversaciones desde lo local hacia las redes de conexiones es la base de la transformación educativa?