Introducció
Este artículo recoge la ponencia pronunciada el 19 de junio de 2003 en el Congreso sobre la participación de los trabajadores en la empresa celebrada en el Palacio de Congresos del Kursaal en Donostia y organizado por GEZKI (Euskal Herriko Unibertsitateko Gizarte-Ekonomia eta Zuzenbide Kooperatiboaren Institutua – Instituto de Derecho Cooperativo y Economía Social de la Universidad del País Vasco)
Nos adentramos velozmente –aunque no sin contradicciones– en lo que se ha venido a llamar, genéricamente, economía –y sociedad– del conocimiento. Las aproximaciones más habituales al tema reducen su impacto a la información –y sus tecnologías– y a la apropiación del conocimiento –en estos enfoques, considerado como una cosa– por parte de las Organizaciones –así, con mayúscula. Es decir, una cosa –la Organización– absorbe otra cosa –el conocimiento de sus empleados– en una operación imposible desde el punto de vista lógico.
La gran revolución económica y social de nuestros días consiste, precisamente, en que el conocimiento se convierte en factor masivo de producción; pero el conocimiento es, por esencia, personal –es esencia en cada uno de nosotros– y se manifiesta, valoriza, recrea y regenera en el ámbito de la cooperación, es decir, en la actuación social en la que la persona se alía con otras personas para crear lo no existente todavía. Por tanto, la herramienta esencial de la economía del conocimiento es lingüística, dialógica. Es en la conversación donde se establece la generación de lo por-venir.
Enfoques de las organizaciones
Recientemente, Stacey [2001] ha realizado una aproximación a las conexiones y conceptos existentes entre la persona y la organización sintetizada en tres enfoques, que él denomina teleología racionalista, teleología formativa y teleología transformativa. Dada la similitud que tienen con los enfoques que yo utilicé en “El modelo vasco…” [Vázquez, 1998] denominados técnico/racional, ideológico/cultural y de transformación, voy, por comodidad, a usar estos últimos, aun con algunas referencias a los de Stacey, apuntando, inicialmente, los rasgos de los dos primeros, y entendiendo que el tercero es, precisamente, el campo privilegiado de actuación del debate que sostenemos sobre conocimiento y cooperación –ya que es en estos términos donde tiene sentido hablar de una teleología transformativa.
La organización técnico/racional
En este enfoque, muy predominante en nuestras sociedades, la Organización (así, con mayúsculas) tiene algún tipo de finalidad suprema por sí misma y su eficacia se basa en su funcionamiento como un mecanismo perfecto, totalmente eficiente. Apuntemos alguna condición de este concepto:
- La finalidad suprema, para serlo consistentemente, debe ser muy superior –en el límite, ajena– a cualquier otra finalidad individual de sus constituyentes. Es decir, estos son siervos del gran propósito e indiferentes como individuos; en el caso más favorable, son afiliados al gran propósito. [De hecho, nuestro lenguaje habitual está plagado de expresiones que reflejan este enfoque: así, cuando decimos que somos de tal partido político o de cual equipo de fútbol, anunciamos nuestra pertenencia a.]
- El mecanismo, la gran eficiencia, exige que todos seamos piezas de la máquina y que nos comportemos con la regularidad de un reloj. Excluye, pues, la individualidad, ya que esta, si expresada, irrumpe en –e interrumpe– el ciclo mecánico. El conocido “a usted no le pagan por pensar” no es una salida de tono de un jefe desagradable y negrero, sino que es una condición consustancial a la eficiencia del mecanismo. [Nótese, por ejemplo, cómo los partidos políticos, sobre todo en periodos electorales –que es cuando se juegan la cuota de poder– hacen llamamientos a sus afiliados para olvidar sus diferencias –es decir, para no tener expresión individual– hasta después de las elecciones]
- Bajo estas premisas, y dado que alguien debe representar a la organización y, al menos idealmente, cuidar de sus fines y funcionamiento, se identifica la figura suprema (el Presidente o denominaciones similares) con el Gran Hacedor, con el sabio relojero del mecanismo.
El enfoque técnico/racional de la organización supone siempre que ella es superior a sus componentes, llevando a estos a su caracterización de partes o piezas catalogadas en forma genérica: ciudadanos, trabajadores, soldados, militantes, etc. Como he afirmado en otro lugar, esta teoría, si implícita o explícita, considera en el ecosistema organizacional a la organización como la unidad básica con significado, de forma que por debajo de ella no existe generación de significados que la afecte. En su forma más avanzada –menos mitológica, por llamarlo de alguna manera– se ha sustentado en lo que he denominado el ciclo planificador [Vázquez, 1994]. Sus componentes son los siguientes:
- El saber y el conocimiento se concentran fuertemente en las cúpulas jerárquicas, que son las que pueden decidir en aras a la consecución del bien común de la organización (aun cuando dicho bien común sea, habitualmente, poco común y bastante privado).
- La jerarquía, en su saber superior, es capaz de avanzar el futuro y trabajar activamente en su dominio, de manera que puede planificar el comportamiento de su organización para seguir progresando indefinidamente, y de forma indiferente a la gente que la compone.
- Este plan se traduce en objetivos, tareas y órdenes que, correctamente aplicados, darán el resultado apetecido, independientemente de otros factores que, se supone, han sido ya aprehendidos en las grandes tendencias que lo determinan.
- El funcionamiento del mecanismo en pos del plan exige la obediencia debida a sus objetivos e indicaciones, de forma que el severo control del comportamiento de los miembros de la organización –incluyendo el juicio de sus superiores sobre sus conductas, y, por tanto, su progreso o exclusión en la organización– se constituye en esencial. [Nótese que toda la teoría descansa en que el Plan es correcto, y que las incorrecciones en su consecución provienen de sus ejecutantes, seres, por otra parte, limitados, no dotados de la sabiduría del Gran Planificador].
- Por último, subyace la idea del equilibrio estable como el estadio beatífico, en el que el mecanismo rueda y rueda sin interferencias extrañas, reproduciéndose a sí mismo en un ciclo repetitivo, de manera que es tanto más eficiente cuanto más se replica en forma idéntica. [Pueden observarse muchas teorías –si merecen el nombre– relacionadas con el aseguramiento de la calidad que reproducen este razonamiento, incluyendo la promesa de la excelencia como paraíso de arribada para sus esforzados practicantes].
El enfoque propuesto marca todo un sistema de razonamiento y comportamiento, basado en la concepción de organizaciones e instituciones como cosas que tienen su propia vida, su propio pensamiento, sus intenciones y, casi, sus emociones, al margen de quienes las componen; por ello, en tanto entes declaradamente colectivos, ya que son compuestos de seres humanos, se manifiestan como superiores a quienes los habitan –quienes pertenecen a– y ajenos a su inteligencia y voluntad. Son tótems.